Columna escrita por Christian Viera y publicada en El Mercurio de Valparaíso el 1 de noviembre del 2020.
Así se titula una famosa canción del cantautor cubano Silvio Rodríguez, afirmación que retrata muy bien lo sucedido el domingo pasado porque, si bien es incierto aún el panorama, los resultados del reciente plebiscito permiten una mirada optimista del futuro, aunque no exento de riesgos.
Pablo Contreras y Domingo Lovera en un reciente libro han señalado lo siguiente: “la historia constitucional de Chile permite afirmar que las élites gobernantes han preferido la estabilidad sobre la democracia, el orden sobre la participación. Tanto la estabilidad como el orden se han alcanzado sobre la base de la activa intervención de los militares, cuyo clave rol político quedó definido desde el nacimiento de la república”. En efecto, todas las Constituciones chilenas han sido fruto de acuerdos elitistas acompañados de la fuerza. Mañana, eso puede ser diferente, por vez primera en poco más de doscientos años una Constitución puede ser fruto de la deliberación de ciudadanas y ciudadanos, porque eso es lo que abrió de manera categórica el plebiscito.
Además, el proceso constitucional chileno ha concitado el interés en muchos lugares del mundo. Por de pronto, por la génesis que no ha sido fruto de acuerdos cupulares, sino que consecuencia de una potente movilización social, pero además por ciertas reglas que van a acompañar el proceso siendo la más original la paridad: es un caso exclusivo de lo cual hemos de estar orgullosas y orgullosos. Pero también porque, a pesar de la compleja crisis política y social que estamos atravesando, la respuesta institucional supone ceder poder, lo que favorece y profundiza la democracia, que no queda atrapada en los estrechos marcos de su interpretación electoralista.
Sin embargo, este proceso recién parte y hay amenazas que se advierten en el horizonte, la principal, el intento de las élites metropolitanas de cooptar la discusión de espaldas al movimiento social y que estamos a tiempo de corregir. Y pienso en tres criterios que deben ser considerados de manera urgente para la legitimidad del proceso.
El primero, escaños reservados para pueblos originarios. La deuda histórica con los pueblos originarios tiene una oportunidad única para comenzar a ser reparada. No cabe duda el carácter plurinacional de nuestro país, por lo mismo su representación es fundamental para profundizar la legitimidad del proceso, pero no restando escaños a los 155 determinados, sino que sumando en proporción a la población que según el último censo se identifica con alguno de esos pueblos.
El segundo, que los representantes tengan un vínculo con sus territorios. La Convención Constitucional, aunque funciona y parece un Congreso, no es igual. Su cometido único es hacer la Constitución. Si la Constitución es una estructura jurídica y política para nuestra convivencia, lo deseable es que quienes con-viven sean parte de su elaboración de ahí la necesidad que emerjan liderazgos territoriales que conecten movimiento social y representación.
Finalmente, representatividad de independientes. Relacionado con lo anterior, la Convención debe contar con un abultado número de independientes y no ser colonizada por los partidos. Si las coaliciones no tienen apertura al mundo independiente significa que los partidos, en su corporativismo, no logran detectar que, aunque necesarios en un régimen político, para salir de esta crisis deben ceder poder. Pero, cuando pienso en independientes no lo hago como una santificación de la ausencia de filiación. Sería un error pensar que el independiente por ser tal está inmune a las ideas políticas. Esperaría, como leí días atrás, que los independientes fueran reconocidos por su militancia social, por su compromiso con causas más que por el solo hecho de no tener militancia en un partido. Y, por el sistema electoral que tenemos, será del todo ineficiente para los proyectos emancipadores que los y las independientes vayan por fuera de una lista. Si así se hiciere, será una amenaza para la representación. Esperaría que las coaliciones abran sus listas a independientes y/o que prospere el proyecto de ley que permite a listas de independientes pactar con coaliciones.
En definitiva, queda poco tiempo para las elecciones de convencionales, pero es suficiente para interpretar adecuadamente el resultado del pasado 25 de octubre, día que formará parte de la memoria histórica del país.